martes, 5 de febrero de 2008

Claves para "conservar" tu matrimonio



En un artículo anterior hablé acerca del divorcio y sus consecuencias sociales, pero en este otro quiero daros las claves para no llegar nunca a esa etapa en tu relación matrimonial. Claves para enriquecer tu matrimonio y mantenerlo no igual si no con más pasión y amor que al principio.

1. El matrimonio ha de ser "cultivado". ¿Cómo? Con la paciencia, la premura, la atención y el mimo de un buen "jardinero". Las plantas necesitan cuidados y atención, si las olvidamos o las congelamos se mueren. Como todo lo vivo, el amor o crece o muere, o peor aún: está a punto de momificarse. "Conservar" el amor, simplemente "conservarlo", es una tarea vana… que equivale a darle muerte: lo vivo no admite "conservación"; es preciso nutrirlo para que despliegue progresivamente todas sus posibilidades.
El amor no es un sentimiento solamente, es ante todo un principio que se educa, que se aprende. Cada día es una clase más donde aprendes a amar al cónyuge y la asignatura no termina nunca.
Balzac escribió: "El matrimonio debe luchar sin tregua contra un monstruo que todo lo devora: la costumbre". Su enemigo más insidioso es la rutina: perder el deseo de la creatividad originaria; porque entonces el amor acabará por enfriarse y perecer tristemente

2. Lo más importante en tu vida ha de ser tu cónyuge. Más importante que las aficiones, que los amigos, que el trabajo, que las circunstancias y que los hijos porque si el matrimonio funciona bien los más beneficiados son ellos.
En consecuencia, cada uno de los cónyuges ha de buscar el modo de granjearse minuto a minuto el amor del otro, "obsesionarse" con hacerlo feliz: "conquistar" a su mujer, si se trata de los varones, y "seducirlo" día tras día —con toda la carga de este término— si se trata de las esposas.
El cariño no se puede presuponer, no se alimenta con el paso del tiempo, hay que nutrirlo. Puedes utilizar gestos, miradas, objetos de los cuales sólo vosotros conocéis su significado y que aun rodeados de gente sabéis interpretar como un "te necesito" o un "te quiero". Evitar caer en la tentación de la "intuición" y buscar realmente lo que al otro le agrada. No paséis ni un sólo día sin preguntarte si has "regado" hoy la planta de tu matrimonio. Esfuérzate porque todo lo que es importante requiere esfuerzo.

3.Cuida los detalles.
en la vida íntima de la pareja las pequeñas atenciones y la ternura gozan de una importancia decisiva. Cuando faltan, el acto conyugal acaba por trivializarse, hasta reducirse a mera satisfacción de un impulso casi inhumano. Como sabemos, el lenguaje del cuerpo debe comprometer a la persona entera y tornarse «diálogo personal de los cuerpos»: una sinfonía que interpreta la persona toda tomando como instrumento sus dimensiones corpóreas.

Por eso, el cortejo y la ternura que conducen al trato íntimo no deben reducirse ni a los días ni a los momentos en que desean tenerse, sino que han de impregnar, de cariño y de atenciones, la vida entera en común de los componentes del matrimonio… en todos sus aspectos.

La mujer no debe abandonarse, sino cultivar el propio atractivo y la elegancia. Como dice el conocido refrán, refiriéndose al arreglo y aderezo femeninos, «la mujer compuesta saca al hombre de otra puerta». Por su parte, el marido —además de procurar también mostrarse elegante en todo momento, de acuerdo con las circunstancias— puede comenzar a ser infiel con sólo dejarse absorber excesivamente por la profesión, acumulando todo el peso de la casa y de los hijos sobre los hombros de su esposa.

4. Seamos todos responsables. El hogar requiere responsabilidades en conjunto, como un equipo el cual disputa "un trofeo". Para lograr la victoria el equipo debe trabajar unido y apoyarse los unos a los otros. En el matrimonio ocurre lo mismo, si el trofeo es el bienestar y la felicidad familiar, cada cónyuge debe ser responsable con sus tareas y ambos comparten dos muy importantes y esenciales: el hogar y la educación de los hijos.

5. Y el más importante de todos: el matrimonio no son dos, si no tres. Dios es el centro de la vida matrimonial, de la pareja. El matrimonio es como una "cuerda" con dos extremos donde el esposo y la esposa están en cada uno de ellos. Esta cuerda tiene la habilidad de estirarse o encogerse porque es flexible. Si Dios está en el centro de la cuerda, en el centro de nuestras vidas, la cuerda se encoge hacia el centro y la pareja permanece en estrecha relación; pero si estamos lejos de Dios la cuerda se estira y nos alejamos el uno del otro.

Por último me permitiréis que dedique este post a mi esposo que diariamente procura cumplir con todos estas "claves" y me hace sentir que soy verdaderamente la persona más importante de su vida.

"Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían." (Cantares 8:7)

"El odio despierta rencillas, pero el amor cubrirá todas las faltas" (Proverbios 10:12)

Te invito a leer este artículo sobre la diferencia entre amor y amor ágape. Pincha aquí.


Fuente: Fluvium.org

5 comentarios:

Ana dijo...

Y cuando tú haces todo esto que mencionas, y a pesar de todo, tu pareja no se siente satisfecha o piensa que le falta algo?

Susana Aída De Madariaga dijo...

Te recomendaría hablar con él detenidamente, buscar el momento apropiado y mantener una larga conversación. Posiblemente hay aspectos que desconoces que tu pareja necesita o no desea. La sinceridad es necesaria aunque esta duela, pero eso es cosa de dos (no basta que tú lo seas y él no). Y si sois cristianos, pedirle a Dios en oración su dirección para la conversación y para buscar una solución. Pero lo peor que se puede hacer es saber que hay un malestar en la pareja y no hablarlo por "miedo" por pensar "que ya pasará" o por cualquier otro motivo. Si él no quiere dialogar, es otra cuestión porque entonces significa que tampoco quiere resolver el conflicto. Entonces sólo queda orar.

Anónimo dijo...

He conocido casos dolorosos donde la pareja "creía" haber aplicado esos principios, pero al cabo de muchos años de matrimonio, resultó ser una farsa. Me explico, a veces creemos que hacemos o intentamos hacer esto y lo otro, y ... no nos paramos a pensar en qué quiere o puede o debe hacer el otro. Estoy de acuerdo con Susana, puede ser que estemos casados con alguien a quien creemos conocer, y ... al cabo de incluso décadas, ser un perfecto extraño. ¿Por qué? Porque incluso para aplicar estos principios hace falta diálogo. Tomar la iniciativa sin avasallar al otro.

Podemos notar un problema e intentar solucionarlo nosotros, pero, ¿y el otro? Llegados a cierto punto, no está de más acudir a un consejero, no pasa nada por ello, no se acaba el mundo por acudir a un pastor, sacerdote o psicólogo (preferiblemente cristiano).

Siempre está el reconquistar a la pareja, y sobre todo, no dar nada, NADA por hecho o por sentado, incluído el que haya un problema (o no). No podemos pensar en qué piensa el otro, mejor le preguntamos.

Por aportar algo.

Susana Aída De Madariaga dijo...

Exacto, como muy bien sabemos el matrimonio es cosa de 2 (aunque yo añado 3, porque Dios está en el centro) y en ocasiones uno piensa y cree que cuando los conflictos surgen y se hablan, se solucionan y todo queda olvidado. Pero desgraciadamente, a veces para uno sí queda olvidado y para el otro no. Por eso me reitero en que la comunicación y el diálogo sincero (aunque duela) es la mejor terapia y lo que "conservará" el matrimonio. ¿Qué hacer cuando descubres que el otro nunca fue sincero con sus sentimientos y por lo tanto se deshace el matrimonio? Esperar, orar y volverlo/a conquistar, volver a empezar poco a poco. A veces no hay solución porque el daño está hecho, por ello es por lo que escribí este post, para aquellos matrimonios que todavía pueden enderezarse si el camino lo han torcido. Diálogo sincero, repito, aunque duela. (El post está inspirado en un matrimonio deshecho porque uno de ellos nunca fue sincero en su relación para evitar el conflicto o
que el otro sufriera, matrimonio que yo aprecio mucho)

Anónimo dijo...

Sinceridad, hablar con su pareja de lo que sienten, las dudas, pero siempre haciendo las preguntas de forma tal que no se sienta amenazado por su forma de ser. Encomienda a Dios tu relación, tu pareja, tu familia sin olvidarte a ti, que Dios te bendiga.